Esta ferrolana integrada en Asomega Nova transmite pasión por su trabajo y demuestra sentido común en cada uno de sus comentarios. Para Ana Díaz Gavela, con el paso del tiempo el hecho de ser médico se ha ido transformando de una intensa vocación inicial a una parte central de su proyecto de vida.
Licenciada en Medicina y Cirugía en 2005 por la Universidad de Santiago de Compostela, se formó como especialista en Oncología Radioterápica en el Hospital de Cruces (Vizcaya), compatibilizándola con el programa de Doctorado en la Universidad del País Vasco y consiguiendo el Diploma de Estudios Avanzados en el año 2009 con calificación de sobresaliente. Completó su formación en el Institut Catalá d’Oncologia (ICO- Barcelona) en técnicas de braquiterapia. En la actualidad es médico adjunto del Servicio de Oncología Radioterápica del Hospital Universitario Quirónsalud de Madrid. Además es profesora colaboradora de la Universidad Europea de Madrid en Medicina desde el año 2013 y también ha impartido clases en el Máster en Oncología Digestiva de la Universidad San Pablo CEU.
¿Por qué decidió estudiar Medicina?
No recuerdo exactamente el día que decidí ser médico porque en mi familia más cercana no había nadie que se dedicase a la medicina. Solo sé, y porque me lo han contado, que desde pequeña y antes de ser consciente o de tener recuerdos ya decía que quería ser doctora. De hecho, el objetivo siempre fue ser médico, no estudiar como tal la carrera de Medicina, que era un “mal menor” necesario para llegar a ese objetivo. Si hubiera sido por mis intereses académicos, sobre todo en la adolescencia, habría estudiado física o matemáticas, pero la carrera de Medicina era imprescindible para conseguir ese objetivo final.
¿Qué recuerdo guarda de la USC? ¿De qué profesores mantiene una memoria más intensa?
Tengo sentimientos encontrados. Por una parte, me resulta imposible no ser o haber sido crítica con algunos aspectos docentes u organizativos. La USC se trata de una institución de cientos de años de historia, con una estructura compleja y quizás en aquellos años poco flexible, probablemente movida por la tradición y que estaba afrontando el reto, lo mismo que otras instituciones, de la modernización, la informatización, del salto al siglo XXI; pero también me puede la nostalgia, el recuerdo de una época en la que todos estábamos también metidos en nuestro propio proceso de crecimiento y de paso a la vida adulta y es inevitable que el paso por la USC y, en concreto, por la Facultad de Medicina, me haya marcado profundamente.
Supongo que coincido con muchos de mis compañeros de aquella época al destacar a los doctores Carracedo y Juanatey como ejemplos a la hora de plantear la docencia y la relación con sus alumnos sin dejar de lado la exigencia y la excelencia.
¿Continúa en contacto con sus compañeros de promoción?
Con algunos. Tengo la gran suerte de haberme llevado de cada período profesional o personal de mi vida un pequeño grupo de amigos/familia que me han seguido acompañando desde entonces.
¿Qué consejo (o advertencia) haría a un joven que esté pensando estudiar Medicina? ¿Y a uno que esté a punto de graduarse?
Más que advertencia, consejo y vale para ambos. La medicina es una carrera de fondo y hay que verlo como tal, sabiendo que ser médico va a convertirse en una parte central en su proyecto de vida. Que no desfallezcan y que procuren aprender de cada uno de los tropiezos que se encuentren por el camino.
Clínica, investigación, docencia
¿Qué le hizo decidirse por su especialidad? ¿Se ha arrepentido alguna vez de aquella elección?
No me he arrepentido ni un solo minuto en estos años. Creo que yo no encontré la especialidad, sino que ella me encontró a mí. En aquellos momentos y en mi plan de estudios el contacto con la oncología era mínimo, solo se daban pinceladas en cada una de las asignaturas, pero no existía una que fuera monográfica como tal ni se planteaba el estudio del cáncer de forma integral. Hasta que en sexto, la Dra. Porto y uno de los radiofísicos del Servicio de Oncología Radioterápica del CHUS nos dieron clase. ¡Ahí fue donde descubrí que existía una especialidad en la que se estudiaba física! Y me picó la curiosidad, pero todavía con otras especialidades en mente, no tenía una vocación clara. Posteriormente y durante la preparación del MIR, en mi entorno familiar y de amigos varias personas tuvieron que ser tratadas con radioterapia y/o braquiterapia y para todos ellos su oncólogo radioterápico era no solo determinante, sino su médico de referencia y confianza. Ver esas relaciones médico-paciente tan estrechas me hizo descubrir la dimensión clínica y humana de la especialidad. No creo en las señales, pero en esos meses todo me fue llevando de la mano a escogerla.
En estos tiempos de superespecialización, ¿cuál su área profesional principal?
A nivel clínico fundamentalmente tumores cerebrales y de cabeza y cuello, pero con un importante peso asistencial del cáncer de mama. Desde el punto de vista de investigación, tengo un interés especial en este último.
¿Clínica o investigación?
Es como preguntar a quién quieres más, ¿a papá o a mamá? Hay épocas en las que una está más presente que la otra, pero para mí son inseparables.
¿Qué destaca de su experiencia como docente?
La energía y fuerza que te transmiten los alumnos. Aunque en ocasiones es complejo compatibilizar la asistencia, la investigación y la docencia, la realidad es que el tener a estudiantes cerca es un estímulo continuo para mejorar. Ya desde un punto de vista más emocional, pensar que quizás algún día algún alumno me recuerde con cariño y como alguien inspirador… sería un gran orgullo.
¿Cómo ha avanzado su especialidad desde que comenzó a ejercer hasta hoy, qué es lo que más le llama la atención?
La Oncología Radioterápica siempre ha sido uno de los pilares fundamentales del tratamiento del cáncer, tanto a nivel de curación (con un impacto vital en el control tumoral y en la supervivencia en gran número de tumores, incluso metastásicos) como de control sintomático en pacientes en los que los tratamientos se realizan con intención paliativa; todo ello, además, siendo altamente coste-eficaces. Sin embargo y pese a su valor e impacto, tradicionalmente solo se ha puesto el foco en los efectos secundarios y la toxicidad de los tratamientos radioterápicos. Es aquí en donde los avances tecnológicos han supuesto un antes y un después, permitiéndonos minimizar los riesgos y conseguir que la radiación se administre con muchísima seguridad y precisión. Pero, por otro lado, creo que los oncólogos radioterápicos nos hemos sacudido de encima los complejos y nos estamos reivindicado como lo que somos, unos actores imprescindibles tanto en el tratamiento como en la investigación del cáncer. Es justo valorar también el papel imprescindible de los radiofísicos hospitalarios y de los técnicos especialistas en radioterapia; al final se trata de un trabajo de equipo en donde cada uno tiene un papel determinante en todos y cada uno de los pasos de un tratamiento de radioterapia y es en esa dimensión humana y profesional en donde también hemos avanzado de forma importante, creando y formando equipos especializados y bien engrasados. No solo se trata de máquinas sofisticadas, sino de quienes participan en la indicación, planificación y administración de los tratamientos. En suma, el capital humano.
Covid-19: aprender la necesidad de anticiparse
¿Cómo ha vivido desde su posición la respuesta a la pandemia? ¿Qué lecciones cree que tenemos que sacar de esta situación?
Los tratamientos de radioterapia se han mantenido durante la pandemia dado su carácter esencial en el manejo de los pacientes con cáncer, pero la situación epidemiológica nos ha abocado a la reorganización del servicio en tiempo récord, a la adaptación de los protocolos de tratamiento radioterápico, diseño de circuitos asistenciales e incorporación de la vía telemática tanto con los pacientes (para evitar los desplazamientos no imprescindibles al hospital), como con otros profesionales, convocando los comités de tumores por videoconferencia e incorporando un sistema rotatorio de teletrabajo.
¿Y desde un punto de vista más personal, cómo lo ha vivido Ana Díaz Gavela?
A nivel personal, la vivencia ha sido dura desde el punto de vista emocional porque es imposible no empatizar con los miedos, dudas e incertidumbres de los pacientes y de la sociedad en general; pero no solo de ellos, sino del sufrimiento y del agotamiento de tus propios compañeros del hospital, sobre todo de los que han estado en primera línea.
De esta pandemia se pueden aprender muchas lecciones y éstas se han comentado hasta la saciedad en múltiples foros, pero para mí, algo de lo que no se habla demasiado es de la importancia de la formación en la anticipación para evitar descoordinación y una inadecuada gestión de los recursos en situaciones de crisis de salud pública.
Galicia siempre presente
¿Se planteó desarrollar su carrera profesional en Galicia? ¿Le habría gustado?
¡Me extrañaría encontrar a un gallego que no se hubiera planteado en algún momento dejarlo todo y volver! Pero luego la balanza se inclina hacia la responsabilidad, los proyectos en marcha, el día a día disfrutando muchísimo de lo que haces y del equipo del que tienes el orgullo de pertenecer, sin olvidar la vida personal, claro, que también influye.
La galleguidade es una de las señas de identidad de Asomega. ¿Cómo la entiende usted?
Es un sentimiento de pertenencia, de raíces.
¿Qué tiene Galicia que imprime ese carácter particular a todos los de allí?
Es una pregunta compleja porque a priori no me gusta encuadrar a nadie en los tópicos, me parece reduccionista, pero siendo sincera, ¡el carácter gallego existe! No sé si será la geografía, el clima, la organización territorial … un sociólogo o etnógrafo podría dar respuestas con base científica. Yo solo puedo decir… es que somos así.
¿Qué relación mantiene hoy día Ana Díaz Gavela con Galicia?
Estrecha y diaria. Familia, amigos de toda la vida… están allí. Sigo leyendo su prensa a diario, sigo al tanto de todo lo que pasa en mi ciudad, me escapo en cuanto puedo. Sigue presente en cada momento.
¿Cada cuánto vuelve a Galicia? ¿A qué parte, a su lugar de origen o recorre otras zonas?
Una vez al mes o cada mes y medio. Pese a los años que llevo fuera sigo necesitando cargar pilas cada poco tiempo en mi ciudad, aunque una vez al año reservo días para hacer pequeñas rutas por el resto de la comunidad.
La tan traída y llevada humanización de la asistencia sanitaria está en la base del concepto de Asomega. ¿Está de acuerdo en que, pese a lo obvia que pueda parecer, es necesario reivindicarla?
Por supuesto. La humanización no deja de ser el reconocer al paciente como centro de nuestro quehacer diario. Ningún avance tecnológico o científico tendría sentido sin el objetivo final, que es tratar y cuidar a otros seres humanos, por lo que su reivindicación es imprescindible en esta era en la que estos avances o la excesiva sobrecarga asistencial pueden hacer que perdamos la perspectiva de quién es el protagonista último, independientemente, claro, de que se deban gestionar adecuadamente los recursos sanitarios para realizar esa labor en las mejores condiciones.