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"Si naciera otra vez volvería a ser médico rural"

El homenaje al médico rural que Asomega organizó a principios de agosto en Allariz tuvo en la intervención de Roberto Fernández uno de sus momentos más destacados. Médico en Allariz, se doctoró en 2014 con la tesis "El Médico, el paciente y la medicina rural en Ourense (1900-1975)", que tres años después derivó en un interesante y muy documentado libro divulgativo "Enfermos pobres, Médicos tristes: Historia crítica da medicina rural en terras esquecidas".

Roberto Fernández durante su exposición. A la derecha, la mesa presidencial con la alcaldesa de Allariz, Cristina Cid; el presidente de Asomega, Julio Ancochea; Miguel Santalices, presidente del Parlamento de Galicia; y Julio García Comesaña, conselleiro de Sanidade de la Xunta.

En el evento de la Asociación de Médicos Gallegos en la Casa de Cultura de Allariz, Fernández transmitió a la audiencia una idea muy precisa de la figura del médico rural, expresada con la solvencia de quien domina el asunto del que habla y la ironía de quien lo aborda desde el cariño y el máximo respeto.

Arrancó su disertación ubicando temporalmente el origen de la medicina rural en la Edad Media, pero con una atinada provocación: "El médico rural como figura nace en la Edad Media y lo hace en un punto concreto del reino de Castilla: en Allariz (es una hipótesis mía que no hay tiempo de discutir ahora)", aseguró.

Pero una cierta base histórica sí tenía la afirmación, y es que Alfonso X el Sabio, que pasó partes de su infancia en este enclave orensano, se dio cuenta de la gran variedad de oficios que pregonaban sus virtudes curativas: "Había médicos de Familia, los curandeiros; había especialistas de nivel secundario como oftalmólogos, que eran los batidores de cataratas; había ciruxans, que eran los sacapotras; había urólogos, que eran los litotomistas; e incluso había psiquiatras con muchas subespecialidades: estaban los brujos, los ensalmadores, los saludadores, los pastiqueiros, incluso había trepanadores que sacaban la piedra de la locura", según Fernández.

Ante esto, el rey determinó que “Ningún médico obre de Física si no fuera antes aprobado por buen Físico por los Físicos de la Villa do hubiere de obrar o por otorgamento de los alcaldes”.

Este fue el necesario punto de partida de una profesión imprescindible que, según el experto, no volvió a experimentar un empuje similar que la permitiera evolucionar de manera decisiva hasta bien entrado el siglo XX.

Roberto Fernández Álvarez, autor de "Enfermos pobres, médicos tristes".

El perfil del médico rural

El médico durante estos siglos fue sobre todo un hombre, "porque la mujer tenía vetado el acceso la Medicina. De hecho, la primera mujer médico en Galicia fue de 1919, con 25 años de retraso respecto a Cataluña, con un siglo de retraso respecto a Alemania", señaló Fernández. Su procedencia solía ser rural, de familias de labradores bien asentados que mandaban a estudiar al hijo "para hacer una de las carreras nobles de entonces, que podían ser Medicina, Derecho o el sacerdocio".

Y una afirmación que no sorprendió a nadie en la sala: "El médico estaba mal pagado". Según el experto, atendía a tres estratos de población: los pobres de solemnidad, que recibían atención gratuita en tres servicios: médico, boticario y entierro, “normalmente por ese orden”. Otro grupo no muy amplio eran los ricos, "que destacaban por su exceso de tacañería o por exceso de confianza, y muchas veces no pagaban".

Por último, había un amplio estrato que era la clase media pobre, familias con cultivos que suscribían con los médicos contratos de iguala, aquí llamados avinzas, que se pagaban en especie, generalmente en grano.: "Lo más normal era que se pagasen dos terras o fegados (recipiente de madera para medir el grano), que podían ser unos 28 kilos de centeno al año para atender a toda la familia".

Precariedad

Los médicos rurales se desplazaban a los domicilios de sus pacientes generalmente a caballo. Fernández enumeró, con sorna, las ventajas de este medio de transporte: "Era el 4x4 de la época, tenía calefacción, disponía de navegador porque cuando el médico se perdía él sí sabía, tenía conducción automática porque paraba en los domicilios más visitados por el médico. Hubo un médico de Chantada que tuvo que vender su caballo porque solía parar también de forma automática en una casa de dudosa reputación".

Pero lo limitado de los medios disponibles iba mucho más allá del transporte. Hasta el punto de que en los consultorios "no se diferencian mucho los métodos diagnósticos de un médico del siglo XIX de uno del siglo XIV". Según Fernández, muchos de estos médicos no usaban fonendoscopio, que llegó en el siglo XX, ni termómetro porque tomaban la temperatura con el pulso, ni sigmomanómetro porque hasta los años 60 no se observó la hipertensión como un problema.

Por no hablar de la tecnología pesada. Fernández apuntó con cierta amargura que mientras que los equipos de rayos X ya estaban disponibles para los médicos urbanos de Orense en los primeros años del siglo XX, el recordado doctor Oro de Allariz no lo consiguió para su pueblo hasta los años 50.

Roberto Fernández, que recordó en varios momentos de su charla la figura de los médicos homenajeados por Asomega en este acto, el doctor José Rivera y el citado José Oro, concluyó recalcando uno de los aspectos que más le llamó la atención mientras recababa para su estudio los testimonios de los médicos rurales con los que tuvo oportunidad de hablar. Todos, afirmó, coincidían en una frase: “Si volviera a nacer volvería a ser médico rural”.

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