Lleva más de medio siglo sin vivir de manera regular en Galicia, pero la raíz mindoniense es profunda y poderosa. José María Eiros, vicepresidente de Asomega, acumula cargos y funciones que hablan de una vida profesional meritoria y reconocida. Por citar solo los vigentes, es catedrático de la Universidad de Valladolid, director del Centro Nacional de Gripe y jefe de la sección de Microbiología del Hospital Río Hortega de la capital pucelana.
Títulos que adornan y dan fe de una gran perseverancia y capacidad de trabajo, pero que se corre el riesgo de que oculten la personalidad de alguien que en su discurso se muestra culto, preciso, de convicciones firmes y con una enorme y sincera disposición a empatizar con los demás. Alguien, en definitiva, a quien conviene escuchar.
Comprometido con Asomega, las palabras de José María Eiros sobre la entidad confirman todo lo anterior: “Amar Asomega es amar a la tierra, amar a los demás, amar el oficio, la profesión, y luego ser capaces de entenderse con otros, impulsar proyectos y obtener resultados para mejorar la calidad de la vida de los demás. Es sencillo, no tiene mucho misterio”.
¿Cuándo acabará la pandemia?
La pandemia acabará cuando el ser humano dictamine que acabe. Es una decisión racional basada en criterios técnicos que se apoyan fundamentalmente en el escenario de salud pública, en el impacto sanitario en los sistemas y en el tejido de producción del mundo. Cuando la OMS dictamine que ha finalizado, acabará. Y eso depende de una decisión, como decía, racional.
Si lo que me pregunta es qué se necesita para que la pandemia acabe desde el punto de vista de criterios técnicos, probablemente la respuesta sería mucho más amplia. Se puede resumir como lo que el mundo esté dispuesto a soportar en términos de morbilidad y letalidad por parte de este nuevo coronavirus, cuyo escenario vemos más claro que va a ser convertirse en un coronavirus que se incorpora a los otros cuatro que ya circulan.
La pregunta sería, por tanto, hasta dónde estamos dispuestos a aceptar como sociedad.
La pandemia, como otras anteriores, nos obliga a extraer amargas consecuencias. Ahora mismo el mundo es desigual, hay muchos países cuya población está vacunada en un porcentaje ínfimo que no alcanza el 2%. Mientras que en occidente, sobre todo en países desarrollados, se exhiben porcentajes de vacunación que rozan el 90%. Estas desigualdades deben hacernos reflexionar porque un virus que es pandémico circula y puede causar daño en zonas muy distantes.
El arma más eficaz para controlar la actual pandemia ha sido disponer de vacunas muy eficientes y al alcance de los sistemas sanitarios en un corto periodo de tiempo pero esto ha de globalizarse.
¿Estamos abocados a una lucha sin fin contra las variantes del coronavirus?
Conviene entender que en la replicación en un determinado huésped de todo virus, y más en un virus ARN como este, tener variantes es una consecuencia biológica de su propia dinámica de infección. Las variantes a veces acumulan mutaciones que son deletéreas para el virus y en otras les confieren cierta ventaja con respecto al hospedador, en este caso el ser humano. Del estudio de las secuencias que se van subiendo en GISAID se ve que el acúmulo de mutaciones otorga un sumatorio de probabilidades que al virus lo hacen o más transmisible o capaz de generar formas más graves o capaz de evadir la respuesta inmunitaria humoral, es decir, escaparse de los anticuerpos que de manera natural o inducida provoca o bien la infección o bien la vacunación en un ser humano… queda además la respuesta inmunitaria celular que reside en las células memoria.
En este sentido la dinámica que se establece entre el virus y el ser humano, que es apasionante, no difiere de la que hemos vivido en otras enfermedades infecciosas. Ocurre que el virus, desde el punto de vista patogénico, tiene una característica que lo hace diferente a los respiratorios: provoca un daño endotelial en los vasos muy importante. Esto condiciona que en pacientes con determinadas condiciones de base o en quienes han pagado ya un peaje biológico a la vida, los que tienen una edad más avanzada, las consecuencias de la infección pueden ser más letales.
Pero esto no se sale de la norma de las infecciones víricas. Hay que tener en cuenta que pandemias por virus hemos sufrido en distintos momentos de la historia y lo de las variantes del virus es interesante seguirlas, conviene, pero lo que será determinante es la acción del ser humano. Quedará siempre nuestra inteligencia y nuestra capacidad como primacía para combatir una infección vírica como esta.
¿Es optimista respecto a esa capacidad de acción del ser humano?
Soy optimista porque creo en el ser humano. Creo que nuestra inteligencia siempre será superior, sobre todo si trabajamos unidos y de manera complementaria, al daño que pueda exhibirnos un virus. Hoy día no se entiende enfrentarse solamente a una pandemia de etiología vírica con un sistema monocromático. Para secuenciar virus tenemos que apoyarnos en otras ciencias como la informática, el soporte tecnológico del desarrollo molecular, nuestros clínicos, nuestros microbiólogos… es como dirigir una orquesta.
La pandemia ha sido una llamada a la contribución, primero interdisciplinar y segundo mundial, entre países, hay alianzas muy sólidas y en ciencia hay un valor que es la verdad. Esta no viene sólo de la ciencia sino de la visión antropológica y de la concepción que otorgamos al ser humano … parece esencial tratar de ser honestos y contar con realismo lo que pasa y lo que se ve. De ahí los sistemas de alerta y vigilancia salen fortalecidos. Una reciente contribución en The Lancet establece las respuestas en 7-1-7: si los países son capaces de detectar en siete días lo que ocurre, uno en notificar y siete en adoptar medidas probablemente en dos semanas la respuesta mundial esté muy orquestada.
Soy optimista, creo en el ser humano y creo en algo que tenemos los seres humanos que es inteligencia, creo en el poder de la razón.
Por otra parte, nunca tanta gente estudió al mismo tiempo y con tal intensidad un mismo asunto.
Pero también es cierto que probablemente nunca el mundo se ha apoyado tanto en contribuciones previas. Esto no surge espontáneamente, hay muchos grupos muy sólidos en todo el planeta, también en España, que llevan décadas trabajando y efectuando contribuciones muy solventes en determinados ámbitos del conocimiento, por ejemplo en la tecnología del ARN mensajero, que se utilizaba muy bien en el ámbito de la Oncología y se ha puesto a disposición de la medicina y del arte de curar para producir unas proteínas similares a una de las dos fracciones de la espícula del SARS-CoV-2. Es contribución de la ciencia y en la ciencia hay que creer. En las redes proliferan los movimientos contrarios como el antivacunas, muy poderoso en EEUU, y en Internet puede opinar cualquier persona y se puede leer de todo. Hay que filtrar y acudir a fuentes que son veraces.
Esto indica la existencia de ciertas actitudes ante la pandemia ante las cuales, a pesar de todo, no hay que perder ese optimismo de base que usted defiende.
Sin duda, lo primero que hay que hacer es tomarse en serio algo que es de lo más importante que tenemos como seres humanos, que es la educación y luego la libertad con responsabilidad. Puede sonar arcaico, pero hay que reflexionarlo y contarlo. Las generaciones jóvenes tienen que entender lo que la pandemia ha supuesto a nivel del sistema sanitario, cómo ha tensado, y entender también las inconsistencias del propio sistema.
Se alude a que los profesionales han respondido forma abnegada. Esto es inherente a la Medicina y a la actividad sanitaria. Básicamente cuando uno ejerce y cuida a personas se pone en su lugar y empatiza tratando de dar lo mejor de uno mismo, y no es un tópico, es que es así. Eso no está pagado, como no lo está el esfuerzo de una persona que llega cansada de su hospital y dedica un tiempo a leer, estudiar, a formarse. También a escribir, publicar o enseñar y gestionar. Esas facetas que han sido siempre inherentes a la actividad clínica no se han reconocido.
Esta pandemia ha puesto de manifiesto que en un tiempo récord el número de publicaciones que se pueden consultar en PubMed es logarítmicamente creciente. Uno no puede llegar a todo, pero sí seguir de una manera más o menos estandarizada canales de formación, de actualización, de estudio.
En la residencia se entrena mucho, con naturalidad en las sesiones clínicas hemos expuesto nuestro leal entender acerca de un paciente o el estado del arte del conocimiento sobre un tema, hemos aceptado las correcciones, por supuesto hemos modificado el criterio y hemos adoptado la mejor decisión de acuerdo con aquel que nos aconseja que sabe más que nosotros. Creo que eso en la pandemia ha aflorado y se ha hecho con relativa normalidad.
Usted figura entre los autores de un reciente trabajo publicado en el Journal of Internal Medicine sobre el virus. ¿En qué consiste, grosso modo?
El grupo que ha llevado el peso de este trabajo es el del doctor Bermejo, un inmunólogo muy valioso que nos ayudó ya mucho en el contexto de la pandemia de gripe de 2009. Revela que en un grupo de casi un centenar de pacientes que ingresan en la UCI el nivel de anticuerpos que tienen al ingreso se asocia a su buen o mal pronóstico. Aquellos que carecen de anticuerpos anti-S mueren siete veces más que quienes los tienen. Con anterioridad ya habíamos hecho una contribución interesante en el Critical Care donde veníamos a documentar que ocho de cada diez pacientes graves tienen viremia, ARN circulante en plasma y tienen también antigenemia en plasma. Lo importante sería que esto, que es investigación traslacional, pudiéramos incorporarlo a nuestros hospitales. Los servicios de urgencias deberían tener a disposición de sus médicos prescriptores o los que solicitan análisis complementarios antigenemia en plasma o carga viral en plasma. En nuestro medio aún no lo tenemos consolidado, lucharemos por ello pero a veces es difícil trasladar estos hallazgos a la asistencia, que es lo que realmente beneficia a los pacientes.
Lo deseable sería establecer estudios de evaluación económica que vengan a demostrar que utilizar un marcador de este calibre, un marcador directo de replicación viral, es beneficioso para el enfermo. Cuanto antes se disponga de él la decisión que van a tomar los médicos en Urgencias de ingresarle o devolverle a su domicilio será la más acertada. En definitiva, lo deseable es que lo que hacemos en los estudios tengan una capacidad traslacional, que se lleve a la cabecera del enfermo.
¿Qué reflexión personal extrae de la pandemia?
Primero, eu sei ben do que falo porque yo estuve ingresado en un hospital con una neumonía bilateral. En segundo lugar, el hecho de verte enfermo, aislado en un hospital y atendido por los demás, por tus compañeros te posibilita ver la contingencia que tienes como ser humano, te hace ver que te puedes morir. Eso, en tercer lugar, te permite tomar conciencia meridiana de lo que tienes que reparar en la vida, que es mucho, de cómo te tienes que centrar en la existencia -o en lo que te pueda quedar de existencia- y de recuperar el sentido primero de tu vocación de servir, y concretarlo.
He tenido por tanto el privilegio de ser paciente. Por supuesto, luego como profesionales hemos vivido momentos muy tensos en el contexto del sistema y de la red asistencial y nos hizo pasar de cero a cien. También fue una oportunidad para aprender. Pero me quedo con la vivencia personal como paciente.
¿Por qué es tan reconocible el gallego aunque esté fuera de su tierra?
Como decía el doctor Domingo García Sabell, que en paz descanse, en el prólogo de “Escola de menciñeiros” de Álvaro Cunqueiro, tiene el gallego unas varas de medir el mundo que le son propias. Según los etnólogos más que celtas somos suevos. Tenemos una manera de pensar, de valorar el mundo, la vida, la existencia, tenemos nuestras raíces y nuestra propia antropología como pueblo. Hablo de Galicia en general, somos los de nuestra tribu, como dice también don Domingo prologando otro libro de Cunqueiro. Es decir, tenemos una idiosincrasia.
Todavía me dicen hoy aquí en Valladolid que nosotros valemos más por lo que calamos que por lo que falamos y a veces es difícil saber lo que pensamos porque llevamos un fondo muy nuestro que nos persigue como leyenda. No es un determinante genético, es mucho más, es la expresión de la genética con el medio y nos reconoceríamos en cualquier tertulia. A mí me ocurre, identifico a los nuestros.
Tengo aquí a mi padre, de otro pueblo de Lugo, Meira, una abadía de monjes bernardos próxima al siglo X y tengo primos carnales en Mondoñedo, tengo casa y me he sentido siempre muy vinculado a Mondoñedo. Salí de allí en el año 1969, estuve interno, y no volví nunca a vivir de manera regular. Son 52 años fuera pero me siento de la tierra.
¿Por qué se decidió por Medicina?
Estudié el COU aquí en Valladolid interno en el Colegio San José de los jesuitas, tras haber pasado por otro centro de la Compañía en Comillas (Cantabria). Escogí Medicina por querer atender a los demás. Suena a tópico, pero entonces lo vivíamos así. Luego me he dedicado a una especialidad, la Microbiología, donde muchos piensan que no tenemos contacto directo con el paciente, pero nosotros como servicio hacemos interconsultas.
Tuve la suerte de rotar en el año 86-87 en el grupo del profesor Emilio Bouza en el Marañón de Madrid, donde vi una dimensión complementaria a lo que hacíamos nosotros que incluía la clínica y las interconsultas. Vi que dentro de la consideración que podíamos tener los microbiólogos como una especialidad relegada a una actividad más de diagnóstico en el laboratorio teníamos también una proyección clínica importante, que siempre me he honrado en mantener en la medida de mis posibilidades.
La especialidad es transversal, desde nuestro servicio se ve el cien por cien de los pacientes infectados y podemos ser muy útiles. Huimos del mecanicismo puro y de esta tecnología que nos invade para pasar también a la cabecera del enfermo y ayudar a otros colegas, lo que es muy gratificante.
¿Buscó desarrollar esa parte asistencial para satisfacer el deseo de ayudar a los demás?
Creo que también va un poco en el carácter. A los médicos que se forman siempre les decimos que la pléyade de especialidades es muy amplia. Hoy día desgraciadamente la elección en el MIR es lo que te marca: dependes de una nota y de una media. Pero obviamos algo que es muy interesante: en el ingreso a las facultades de Medicina no solamente debiera considerarse la capacidad intelectual de las personas por lo que demuestran en una Selectividad, habría que tener una valoración del perfil de la persona que quiere ser médico. Lo que llamaban los griegos clásicos virtudes, es decir, valores, y esto es muy importante.
Hoy he dado prácticas dos horas en la facultad lo que es muy enriquecedor porque te permite estar con alumnos de 19 años de segundo de carrera y escuchar e intercambiar con ellos posiciones sobre por qué son médicos. Veo que muchas veces esto de la vocación de servicio todavía no se percibe pero se puede educar y se puede ayudar a descubrir.
Es difícil la transmisión de estos valores con la velocidad a la que se hace todo hoy día.
Lo es, pero en el pensamiento de una persona cabal es importante saber que de las 24 horas del día un tercio lo dedicas a descansar, otro a trabajar y el otro a tus ocupaciones. Hay dos hechos importantes, que aprendí de Emilio Bouza, al que admiro mucho: hay que estudiar y en el estudio va la reflexión. Emilio decía que aquel residente que no era capaz de dedicar un mínimo de dos horas cada tarde a estudiar realmente no se forma. Pero hay que reflexionar, hay que pararse a pensar.
Esto que cuentan de que al día consultamos del orden de doscientas y pico veces la pantalla del móvil está bien, pero del homo videns hay que pasar al homo legens, a la persona que es madura y que reflexiona. Hay que redescubrir el sentido de la profesión y ahí una vez más, tratar de reconciliarse con lo que uno ha hecho en la vida. No somos la mejor profesión del mundo, seguro, pero tenemos algo que es un privilegio y es que los demás ponen en nuestras manos lo mejor que tienen, que es su propia salud y su vida, en definitiva. Y esto nos otorga un matiz diferencial con otras profesiones.
Hoy día los alumnos acceden a Medicina con las mejores notas de Selectividad pero sería de desear que accedieran con las mejores posiciones de introspección y sobre todo de ponderación y de gravedad. Nuestros alumnos son hijos de su tiempo y es importante saber que este proceso de maduración y de educación continua se alcanza cuando se alcanza, pero hay que luchar por él y desde jóvenes habría que enseñar a pensar y a tomar conciencia meridiana de cuál es nuestro papel en el mundo.
¿Qué puede aportar Asomega en este importante cometido que apunta?
Lo que inspira Asomega es su perenne y mantenida decisión de renovarse y de ser útil. Uno se renueva y es útil de manera decidida si es competente y capaz en la profesión y se interrelaciona con otros con los que comparte esos cuatro lemas: ciencia, arte, valores y sentimiento. No es que el “nacionalismo” sea un matiz diferenciador, es que el ser gallego es un hecho expansivo, no es nada cerrado. La diáspora lo demuestra. Y lo enriquecedor que es -como se vio en el Encontro de hace dos años- ver las vidas y el testimonio de otros que han triunfado fuera.
En segundo lugar la convivencia intergeneracional, la gente joven que se va incorporando, con los de edad mediana y con los senior. Y en tercer lugar, por ese sentido que tenemos como gallegos de identificar a los nuestros. Pero no lo hago como algo exclusivo, sino porque me encuentro bien. La propia lengua, soy gallego parlante y también gallego pensante y sobre todo gallego calante.
Y en tercera instancia quiero reconocer el ingente trabajo y la brillantez del Dr Julio Ancochea como presidente. Su visión, su empuje, su capacidad de aglutinar, su dedicación y capacidad redundan a diario en la proyección de Asomega.
¿Y cómo se puede concretar esa acción desde Asomega?
Estamos llamados a ser imaginativos. Esto se hace queriendo a los demás, escuchando las inquietudes de las nuevas generaciones y sobre todo poniéndonos al servicio de la sociedad a la que servimos. Los canales que se van diseñando son fabulosos. Cuesta hacer proselitismo, contar qué es la asociación, etc., pero a veces una charla pausada y un café con un colega que ha vivido en Galicia o que es gallego merece la pena.
Amar Asomega es amar a la tierra, amar a los demás, amar el oficio, la profesión, y luego ser capaces de entenderse con otros, impulsar proyectos y obtener resultados para mejorar la calidad de la vida de los demás. Es sencillo, no tiene mucho misterio.
Sencillo, pero muy difícil de concretar…
Uno es lo que es capaz de dar. Si al final eres capaz de transmitir, de motivar a otros, de presentar una visión expansiva... El gallego, en contra de la imagen que tenemos muchas veces, no somos de esa melancolía introspectiva, somos unos seres humanos profundamente valientes, de ir al otro lado del Atlántico y de expandirnos por donde sea. Prueba de ello es que el núcleo de Asomega estaba en la ciudad de Madrid, eso demuestra la capacidad de nuestra gente para desde la Medicina crear escuelas. Nada hay más grato que servir al joven que llega y te pide ayuda.
Mi rotación en el Marañón fue así, en un congreso de la SEIMC en 1985 en Palma de Mallorca abordé a Emilio Bouza. Le pedí rotar en su equipo y él me dio la opción. Aprendí mucho de ellos con dos Becas para personal sanitario que en el 87 y en el 90 me permitieron ser “rotante” en su Servicio. En Asomega hay muchas personas de gran calado y eso es un valor de la entidad que hay que destacar. Con el Dr Miguel Cabanela, al que también profeso honda admiración, que es mindoniense ilustre y al que conocía por mi familia, pude convivir en la Mayo en Rochester en una estancia muy enriquecedora ya en el 2002. Me ha tratado siempre con exquisitez.
La acción de Asomega es transversal, somos de muchas especialidades distintas, no es una opción política. Es ser médicos y ser gallegos, que es lo más nuestro.
¿El dr. Bouza fue determinante en su formación?
Emilio nació en Villalba y yo en Mondoñedo, confluimos muy bien en un punto intermedio que es San Cosme de Galgao, que celebra una romería el 27 de septiembre de las más bellas de occidente, al que van los romeros en busca de la cura. Las vivencias de San Cosme, hablar en gallego con Emilio, contar anécdotas, pasar tiempo juntos, me acercó mucho a él, que es un líder nato y un hombre irrepetible. De él aprendí muchas cosas, sobre todo esa mentalidad de pensar con elegancia, de valorar al paciente potencialmente infectado, de acercar la microbiología a la clínica. Él sabe transmitir con autoridad, además de ser un trabajador incansable y con unos valores excepcionales. Además, trajo a España la visión moderna de las enfermedades infecciosas, se lo debemos a él.
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