Sus casi cuatro décadas de ejercicio profesional en Madrid ni le han hecho abandonar su condición de falante de galego —no normativo, pero que actualiza siempre que tiene interlocutor para ello— ni le han alejado de su Ferrol natal más que por una cuestión de distancia física, que no emocional. Javier García-Samaniego es jefe de Sección de Hepatología de La Paz de Madrid, responsable del grupo de investigación “Hepatología Traslacional” de su instituto de investigación (IdiPAZ) y coordinador de la Alianza para la Eliminación de las Hepatitis Víricas en España (AEHVE), además de profesor de Medicina en la Universidad Autónoma de Madrid y socio de Asomega.
En esta entrevista realizada en el Centro Gallego de Madrid narra su experiencia en la lucha contra las hepatítis víricas en España, un caso de éxito del que se declara afortunado observador —y, aunque no lo diga, del que es uno de sus protagonistas—. Apasionado por la clínica, la Medicina —carrera que estudió en Santiago— en general y la Hepatología en particular, García-Samaniego confiesa que la vocación médica le viene de su abuelo, médico en Ferrol. Y allí, en su ría, conserva un rincón al que se escapa siempre que tiene oportunidad.
¿Qué le llevó a especializarse en Hepatología y más concretamente en el estudio de las hepatitis víricas?
Yo quería ser clínico, no cirujano, y dentro de la Medicina Interna me gustaba la parte de digestivo y me gustaba el hígado. Cuando el profesor Pajares, que fue mi jefe en el Hospital de La Princesa, me pidió hacerme cargo de la de la consulta de hígado comprobé que me gustaba más que las enfermedades de gastroenterología, y por ahí empezó la afición a las hepatitis. Hoy, por desgracia, Hepatología no es todavía una especialidad en España, aunque los hepatólogos luchamos por que sea un área de capacitación. La cosa iba más o menos encarrilada pero el COVID frustró un poco esto.
Conoció en primera línea la gran irrupción de las hepatitis víricas en nuestro país.
Recuerdo que en aquella época todavía el alfabeto era muy cortito, era el virus A, el B y se conocía el D pero aún no el C, le llamábamos "no A y no B". Viví de cerca el estallido de la epidemia de las hepatitis víricas en los años 80- 90, primero por el auge de la drogadicción intravenosa y después también porque en aquella época afloraron muchos casos de transfusiones y enfermos con hepatitis inexplicables que tenían unas transaminasas altas, algunos hacían una cirrosis y no sabíamos como tratarlos. Salió el Interferón, que como no había nada nos parecía que podía ser un bálsamo, pero con él curamos menos de uno de cada diez y además con efectos secundarios. Después vino todo el desarrollo farmacológico de lucha contra las hepatitis.
Si tienes cierta perspectiva, al final vas asistiendo a cómo el abordaje de las enfermedades puede mejorar, pero yo se lo digo a muchos colegas: pocas veces se puede dar una situación en Medicina como la que se ha dado con la hepatitis C. El hecho de que una enfermedad que, en nuestro país, afectaba a cientos de miles de personas ahora sea residual es un éxito, no diría que irrepetible, pero que se da muy pocas veces en el tiempo. Yo he tenido la suerte de vivirlo y por eso me he dedicado y me sigo dedicando a ello, por fortuna cada vez menos porque las hepatitis van a menos.
¿Cuáles cree que son las claves del éxito en el control de la hepatitis C en España? ¿Es nuestro país un ejemplo a nivel internacional?
De entrada yo diría que hubo una sensibilización, probablemente obligados por las circunstancias, porque se vivió una tormenta perfecta para que las administraciones cogieran el toro por los cuernos. Por un lado, muchos pacientes en España: estamos hablando de entre 200.000 y 250.000 con hepatitis C; la presencia de unas unidades de hepatología y de otras infecciosas comprometidas, sensibilizadas, con los pacientes bien caracterizados y con las bases de datos al día, es decir, los recursos humanos perfectamente disponibles; y, por último, unas herramientas terapéuticas fantásticas: los antivirales. ¿Qué quedaba? Financiar eso, que era un dineral porque los antivirales se han ido abaratando pero eran muy caros en ese momento.
Entonces, la presión de los pacientes, el compromiso de los hepatólogos y, al final, el que la Administración entendiera que había que abordarlo supuso la elaboración del plan estratégico para el abordaje de la hepatitis C en el Sistema Nacional de Salud, que muchos países deberían copiar. Ahora, cuando se cumplen 10 años de su aprobación, se comprueba que nos ha permitido tratar prácticamente a dos de cada tres, por no decir tres de cada cuatro pacientes con hepatitis C. Faltan por actualizar las cifras del año pasado, pero seguramente estemos en los 180.000 pacientes tratados y curados.
¿Ha dejado la hepatitis C de ser un problema de salud pública?
La hepatitis C ya no es un problema relevante de salud pública, no se trasplanta a la gente por enfermedad hepática terminal. Van pacientes a trasplante hepático porque a lo mejor hacen tumores. La eliminación del virus disminuye mucho la incidencia de cáncer hepático, pero no la elimina por completo. Pero si uno va a las salas de hospitalización de los hospitales grandes ve que en la planta de digestivo e hígado hay determinados enfermos cirróticos, ninguno de los cuales es por virus C. Tampoco por virus B, que aunque no se cura tenemos medicinas que dejan suprimida la replicación y por tanto la enfermedad no avanza, también cero. Es decir, volvemos a los orígenes de la hepatología, en la que la mayor parte de los casos de enfermos ingresados eran por enfermedad hepática alcohólica.
Esto ha supuesto una disminución de la mortalidad y la morbilidad por enfermedad hepática crónica muy significativa en nuestro país. Y con los trasplantes pasa igual. Han disminuido los requerimientos de trasplante hepático en un 40% desde que están los antivirales orales disponibles.
La relevancia de la curación de la hepatitis C se verá con la suficiente perspectiva en los próximos años.
¿Pero esta situación podría ser reversible? ¿Podríamos volver atrás?
Esa es una buena pregunta. Hay un compromiso al respecto de la Organización Mundial de la Salud. Dentro de los objetivos de desarrollo sostenible de la Agenda 2030 se prevé que en 2030 las hepatitis víricas crónicas, la B y la C, dejen de ser un problema de salud pública. ¿Y cómo definen eso? Con unos indicadores: que el número de casos nuevos se reduzcan un 90% —los casos nuevos de hepatitis C en España ya son residuales—, que la morbilidad y mortalidad disminuyan en dos terceras partes, un 65%, y que haya un porcentaje de pacientes diagnosticados del 90%. España a día de hoy ya probablemente esté alcanzando estos indicadores. Y eso no es reversible porque la infección se cura. Eso sí, los tratamientos son muy eficaces y curan, pero no previenen una reinfección. La OMS hace diez años estimaba que había unos 70 millones de personas infectadas en el mundo. Siete u ocho años después, esto había disminuido en un 20%, o sea que había 15 millones de personas curadas.
¿Cómo se evalúa el impacto del trabajo que ha hecho la Alianza para la Eliminación de las Hepatitis Víricas en España?
La Alianza engloba a sociedades científicas, a todos los actores hepatólogos, infectólogos, microbiólogos, biólogos, médicos de atención primaria, que son el mecanismo de entrada de cualquier paciente al Sistema Nacional de Salud y tienen una importancia absolutamente significativa. También los médicos de prisiones, un entorno en el que se ha hecho un trabajo extraordinario, ya que prácticamente se está eliminando la población reclusa infectada: hay una prevalencia de infección activa inferior al 1%.
Y esto es un éxito. La población infectada por el virus del sida lo mismo, porque en razón de su otra enfermedad se les hace cribado de hepatitis C, se les trata y se les cura en el hospital. Esto pone de manifiesto que es importante hacer diagnósticos a todo el mundo, una vez en su vida, que se hagan la prueba de la hepatitis C, que es muy sencilla y con la tasa tan bajita que hay de prevalencia hay que buscar los casos que pueda haber desconocidos, tratarlos y curarlos.
Este esquema multidisciplinar de integrar diferentes especialidades en torno a un objetivo de salud ha demostrado ser un éxito.
Hemos hecho campañas de sensibilización y, por otro lado, hemos implicado a otras administraciones que habitualmente no están metidas en la gestión sanitaria, como los ayuntamientos, en la búsqueda de pacientes con hepatitis C. Dentro de la Alianza hicimos la campaña "Ciudades libres de Hepatitis C" para que los ayuntamientos en sus centros comunitarios, en los albergues, en los centros de atención a drogodependientes, donde se atiende a poblaciones vulnerables, buscaran pacientes y luego ya se facilitaría la derivación al circuito asistencial habitual. Los pacientes que quedan por tratar son los que están tradicionalmente más alejados del sistema sanitario.
El hígado no es un órgano con tanto "cartel" como otros, no presenta grandes historias de superación personal y además la transmisión de la hepatitis se liga a situaciones muy complicadas. ¿Esto dificulta la concienciación al respecto?
Es verdad que muchas enfermedades del hígado están ligadas a un estigma. Probablemente la más importante de todas, y que es la que ha desarrollado la especialidad, es la enfermedad hepática alcohólica, pues por mucho que el alcohol sea una droga social el tener una enfermedad hepática por alcohol no es algo que precisamente vista el currículum de una persona. Las hepatitis víricas lo mismo, con implicación de consumo de drogas intravenosas, promiscuidad sexual, etc. Todo esto lleva una un estigma y una carga negativa importantes. En la literatura el corazón está siempre muy presente por razones obvias, pero el hígado, más allá de la oda al hígado de Neruda, tiene pocas obras literarias en las que se le nombre.
¿Cuáles son hoy las líneas de investigación en Hepatología más relevantes?
Se investiga mucho menos de lo que se investigaba en hepatitis víricas, aunque quedan cosas por solucionar. La hepatitis B tiene una vacuna muy eficaz y, de hecho, dentro de los objetivos de la OMS para 2030 también está que el 90% de los niños nacidos en el mundo están vacunados, lo que es un freno tremendo para la transmisión.
Pero la hepatitis B crónica no tiene cura todavía. Hay una vacuna, pero los medicamentos, como en el caso del virus del SIDA, neutralizan al virus, suprimen la replicación, pero no lo curan como en el C. Esto sí sería un campo a desarrollar, la curación de la hepatitis B antes de que la población no vacunada se extinga, que esto va a ocurrir en los próximos 50, 60 años.
Por otro lado, está la epidemia de obesidad. Tiene una consecuencia indeseada sobre el hígado, que se denomina enfermedad hepática grasa o enfermedad grasa no alcohólica. Es una consecuencia del síndrome metabólico.
Tenemos que España es un país que funciona bien, con trasplante hepático en muchos hospitales, que es una solución para la enfermedad hepática terminal. Y después hay algunas enfermedades raras del hígado en las que también ha habido aportaciones y avances en el conocimiento relevantes desde el punto de vista terapéutico.
Los virus los tenemos controlados, pero el alcohol siempre estará ahí. La sensación que tiene mucha gente de que el alcohol no hace daño es falsa. Es un tóxico hepático directo.
Como médico investigador que lleva ya 39 años, ¿qué le motiva a seguir trabajando en este campo?
Yo soy médico clínico, no he abandonado mi vocación clínica y básicamente la investigación que hago es clínica, primero porque soluciona problemas y segundo porque te permite desde el punto de vista del manejo del paciente y del reto diagnóstico estudiar los casos. Ahora se habla de medicina personalizada y a mí esto me parece un concepto que se puede pervertir porque ¿la medicina puede ser algo que no personalizada? Parece una redundancia. La medicina tiene que ser personalizada: si tú tienes hipertensión arterial y además el colesterol alto y unos kilos de más no tienes que tratarte exactamente igual que tu vecino con los mismos problemas. La medicina debe ser personalizada por definición. Cuando hablamos de inteligencia artificial y de la incorporación de nuevos conceptos, a veces me apena que la vieja relación médico-paciente se pierda. La Medicina no es solo un algoritmo de tratar y curar. Ahí se establecen unos vínculos con los pacientes que los que nos dedicamos a la clínica y lo hemos mamado desde hace décadas ni queremos ni debemos perder.
El que fue director de la Casa de Galicia José Ramón Ónega nos dijo en una entrevista que "el carácter gallego casa bien con la vocación de servicio y compromiso que exige la sanidad". ¿Qué le parece esta afirmación?
Recurriendo a los tópicos, se dice que el gallego es un hombre servicial, amable y, como se dice ahora, empático. Podría tener, a priori, virtudes para el ejercicio de la Medicina. Esto es una pura disquisición, pero quizá también la desconfianza que tenemos los gallegos nos lleva a ser sagaces. En Medicina a veces ayuda.
En su caso se da el "combo completo" de investigación, clínica y docencia.
De alguna manera, todos los médicos deberían tener esa triple vertiente. Tanto los hospitalarios como los de Atención Primaria. Cualquier médico que se considere a sí mismo de una forma integral debería tener en cuenta tanto la formación de jóvenes colegas como el recoger experiencias que pueden ser enriquecedoras para poner en marcha un trabajo de investigación.
¿En sus años de docencia, ha percibido una evolución en el carácter, disposición, abordaje de los estudios por parte de sus alumnos?
Siempre hay brechas generacionales. Los más jóvenes tienen unas habilidades sobre todo para toda la cuestión de los algoritmos, las pantallas, los ordenadores, etc., que ya quisiéramos nosotros. En general, los nuevos médicos están más imbuidos en la importancia del algoritmo y de la tecnología para el diagnóstico de lo que a lo mejor estábamos nosotros. Naturalmente, las inquietudes por la investigación, docencia y el ejercicio de la medicina clínica han cambiado poco. Dentro de lo que es la asistencia al paciente, la Medicina ofrece muchas posibilidades.
Después de tantos años dedicado a esta labor, ¿hay algún paciente o alguna experiencia que haya marcado especialmente su trayectoria?
Cualquier persona que tenga un ejercicio clínico de tanta duración como el mío tiene muchas experiencias, incluso yo he tenido pacientes muy mediáticos, por ejemplo con hepatitis C que me han ayudado en campañas. Lo de la hepatitis C es muy llamativo porque los médicos, sobre todo cuando tú tienes una enfermedad crónica, no curamos mucho. Es decir, tú no curas a un diabético, le mejoras su vida. Pero en el caso de la hepatitis C, que tiene un estigma, de repente te venía una señora mayor y te decía que ya le podía dar besos a su nieto o a su nieta sin que su hijo, yerno, nuera le mirasen mal y se ponía a llorar y te daba un abrazo en la consulta y te daba besos. Ese tipo de cosas son muy gratificantes y es difícil que un hepatólogo que haya tratado a 40 o 50 pacientes con hepatitis C no lo haya vivido.