Vicente Otero Piñeiro nació en San Miguel de Deiro (Pontevedra). Con 8 años se marcha a estudiar a Pontevedra con su hermano Juan. Más tarde, estudiará en Santiago el primer curso de Medicina y el resto ya en Madrid en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense. Se especializó en Endocrinología y Nutrición en el Hospital Clínico, en la Escuela de Endocrinología bajo la dirección del Dr. Cano, su maestro y amigo.
Su mujer Pitusa Senín Curras nació en Santiago y realizó sus estudios universitarios en la Facultad de Farmacia, regentando posteriormente una farmacia muy reconocida en Madrid.
Tuvieron 3 hijos, Susana, licenciada en Farmacia, Vicente, médico y odontólogo y Lara, que se graduó en Empresariales, y 5 nietas y 3 nietos. Desde hace aproximadamente 35 años tuvo su consulta privada de Endocrinología en Madrid.
Para mí, hay cuatro aspectos de la vida de Vicente que me gustaría señalar muy específicamente.
El primero, su amor y dedicación a su familia. Pitusa, sus hijos y nietos siempre han sido su cordón umbilical y razón de su existencia, aunque sea difícil de entender la muerte de Pitusa hace un año y medio de Covid, que también sufrió él, le afectó de manera tan brutal, que ha sido sin duda la causa de su enfermedad y muerte. No hay explicación sencilla para ello, y he consultado con diferentes especialistas sobre el caso. Había tal entrega mutua y profundo amor entre ellos que Vicente murió literalmente al perder a Pitusa.
El segundo, su dedicación a los enfermos y vocación médica. Sin duda, era un gran endocrinólogo, de los más conocidos de Madrid. Al jubilarse decidió que yo me ocupase de sus pacientes. Nunca antes había percibido cómo se puede querer y admirar tanto a un médico cuya dedicación y humanidad con ellos había sido ejemplar. La noticia de la muerte de Vicente y Pitusa ha sido para todos ellos motivo de una condolencia y tristeza realmente muy sincera y profunda.
El tercero, Asomega, que fue para Vicente una forma de entender la galleguidad, la medicina y la amistad. Hace casi 30 años que los socios fundadores de Asomega nos entregamos a esta entrañable aventura. Nos creíamos los mejores, nos sentíamos queridos y admirados, siempre éramos felices estando juntos y Vicente, que era el secretario de la asociación, con su cabeza privilegiada, nos llenaba de ideas y de afectos. Si había algún roce o disputa entre nosotros, siempre se manejaba para que llegásemos a un acuerdo y tuviéramos claros los fines de Asomega: la medicina, la galleguidad y la amistad. En los momentos difíciles siempre estaba ahí, como una roca, para que Asomega caminase, a veces en terrenos pantanosos, siempre con la ilusión de dejar un legado y una continuidad con los más jóvenes. El momento actual de Asomega y la dedicación de su presidente, Julio Ancochea, y su junta directiva le fascinaba.
Y, por último, su galleguidad. Pocos gallegos tan profundos he conocido como Vicente. Creo que el dicho gallego: “verlas vir, deixalas pasar, para a tempo” representaba muy bien su proverbial inteligencia e intuición. No se le escapaba nada, sin su ayuda todo hubiese sido más difícil. El cariño a su tierra y a su gente era fundamental en su vida.
Tanto podría decir de él, pero el espacio es limitado. Tuvo grandes amigos pero no puedo citar solo a algunos. Siempre recordaré las cenas en su casa, el cariño y amistad que daba. El viaje que hicimos en barco por el Rio Douro hasta Pinhao desde Bayona, su felicidad con los nietos cuando íbamos a verlo a Villagarcía, su hombría de bien, mi amigo del alma, cuánto te voy a echar de menos…
Dr. Aniceto Charro Salgado
Presidente de Honor de la Asociación de Médicos Gallegos (ASOMEGA)