Basada en hechos reales, "Cicatrices en la selva" relata la historia de Jorge Martínez, trasunto literario del médico ferrolano recientemente fallecido Pablo Fernández Cartagena, médico de la OMS que ejerció en la selva del Congo durante los convulsos años 60 y 70 del siglo pasado. Su objetivo, erradicar de manera definitiva la viruela en su último reducto, África. En este escenario el Dr. Martínez desarrolla una aventura que es ejemplo de entrega, superación personal y pasión por una causa más que justa.
Jacinto Ruiz Valentín es periodista y como tal ejerció durante muchos años en "La Voz de Galicia", donde fue jefe de sección de Nacional, Cultura, Ediciones y Monográficos. Madrileño de nacimiento aunque gallego de corazón, también ha coordinado las publicaciones "Urbe de Galicia", el vespertino de "La Voz de Galicia", el suplemento "Europa" y la tertulia política del programa "Al final del día", en Radio Voz. "Tres días y medio", "Canción para un engaño", "Cuatro casas para la ciencia" o "Galicia en 4x4" son otros libros de este periodista y pintor.
La semana pasada tuvo la oportunidad de presentar su última novela en la Casa de Galicia de Madrid, en un acto en el que le acompañaron María Méndez, presidenta de los periodistas gallegos, y el presidente de Asomega, Julio Ancochea.
¿Cómo conoció la historia de Pablo Fernández Cartagena?
Hace años en una reunión en una cabaña cerca de Ferrol, un familiar suyo, su hija, me contó la historia de su padre, que estuvo toda la vida en África y muchos años en el Congo. Inicialmente la catalogué como una noticia pero, a medida que fui pensando en el tema y me documenté sobre la situación en el Congo en la época, pensé que igual había materia para una novela. Estuve en contacto con el propio Pablo Fernández Cartagena, que ya no se acordaba de muchas cosas, estaba muy mayor. Murió el diciembre pasado. Algunas pinceladas sí me dio, sobre todo datos para investigar. A partir de ello decidí situar la novela entre 1960, cuando él llega al Congo coincidiendo con la independencia de Bélgica, hasta 1970. Son diez años de historia intensa de un hombre que fue contratado por Naciones Unidas y se convirtió en uno de los más reputados cirujanos y epidemiólogos de África.
Con su trabajo logró acabar con la viruela en el país africano, asolado por la violencia, la hambruna, el desamparo... La enfermedad había causado millones de muertos y los que sobrevivían lo hacían en condiciones muy difíciles.
África es una gran desconocida para la inmensa mayoría del público. Su historia, diversidad cultural, complejidad social, etc., no forman parte de nuestro imaginario. ¿No es una temeridad abordar una historia en este contexto de cara a captar la atención del lector?
Es una gran desconocida, pero sobre algunos países hay más información, especialmente a día de hoy. El problema al que me enfrenté fue conseguir información desde España de lo ocurrido allí en 1960. En Bélgica sí hay más información al respecto. Descubrí que entonces el odio en el Congo hacia la administración belga era tal que, tras la independencia, pidieron a Naciones Unidas que ningún médico, profesor o economista de aquel país colaborase en aquellos momentos iniciales del país. Por eso Naciones Unidas contrató a médicos, ingenieros, etc. de otros países, entre ellos España. Ahí encontré mi mayor dificultad, ya que aquí no se sabe mucho sobre el Congo. Me fui documentando a través de gente que estuvo allí, periódicos belgas, familiares de Pablo Fernández, sus hijos y su hermano, etc. Los huecos ha habido que rellenarlos como hacen los novelistas, con un poco de fantasía.
¿Cuáles cree que eran las motivaciones de Fernández Cartagena, por qué uno se embarca en algo tan grande y complejo?
Se lo pregunté a él y me dijo que quería colaborar con un país que necesitaba ayuda. También cabe pensar que fue alguien con apetencia por desarrollar una medicina específica en el Congo, que no es igual que aquí. Creo, más como novelista que como historiador, que optó por pasar de una vida cómoda a una vida de riesgo y aventura. Se vio seducido y luego atrapado por el Congo, hasta el punto de que su familia, mujer e hijos, que llegan más tarde cuando consiguen el visado, intentan hacerle regresar. Pese a todo, participó en la guerra curando heridos, luego comandó equipos para luchar contra la viruela y más tarde pasó a otro país.
El humanismo en la práctica médica es uno de los principios de Asomega. ¿Hasta qué punto influyó en Fernández Cartagena su condición de médico a la hora de embarcarse en esta empresa?
Hay médicos, como ingenieros, músicos o periodistas, que funcionan de una manera y de otra: hay gente que trabaja en un periódico y se enrola como cronista de guerra. ¿Por qué dejar un puesto cómodo para irse a un sitio así? En el caso de Fernández Cartagena, seguramente fuera un compendio de su afán de aventura y de su propia condición de médico. De hecho era un gran médico, muy preparado, y tenía aquí un gran porvenir. Pero al mismo tiempo, desarrolló una vocación de ayudar al que lo necesita y cayó en un país donde hacían falta buenos médicos y con vocación de sacrificio. La tuvo, y mucha. Me contaban que en su casa se juntaban casi como si fueran vacaciones escolares niños hambrientos para que les diese algo de comer. La hambruna era intensa y tuvo que atender casos terribles.
¿Por qué el cambio de nombre del protagonista?
Escribir una novela es ir mucho más lejos que hacer un reportaje. Cuando uno se embarca en ello crecen otra serie de personajes que nacen de mi cabeza, unos ciertos y otros inventados que se suponen que se cruzaron con él. Yo no puedo convertir el libro en una novela histórica si no tengo esa parte. Le dije a la familia que el resultado igual no iba a gustarles, por eso se transformó la identidad del personaje, para no imputar a Pablo Fernández cosas que hiciera Jorge Martínez. Por otro lado, hay datos de su vida que me constan pero que preocupaban a su mujer. Si no lo cuento estoy falseando asuntos que sé que son ciertos. Tengo que contarlo, y si alguien no está de acuerdo se le atribuyen a Martínez.
Curiosa la relación de los sanitarios gallegos con la viruela, empezando por Isabel Zendal y acabando con Pablo Fernández Cartagena.
El hecho de esa vocación de colaborar es una característica de la gente de Galicia. Escribí esta novela porque me pareció que el tema lo merecía y a medida que fui avanzando en la historia me enganchó, me sentí emocionado. La obra de esta persona, que como casi todos los grandes hombres tuvo que decidir entre su propia obra y su familia, puede ser contemplada desde distintos ángulos y con diferentes emociones. De haber sido mi padre igual reconocía su valía pero habría preferido que estuviera más conmigo. Pablo quería a su familia pero estaba enamorado de su trabajo.
¿Qué expectativas tiene respecto al libro?
Darlo a conocer, que la gente lo lea, contar una historia que me parece que es muy importante porque hay gente como él que sigue en el anonimato pese a su relevancia. Hemos hecho dos presentaciones en Coruña, dos en Santiago, una en Ferrol y la de Madrid. Tenemos el 11 de abril en la Casa de España en Lisboa y dos más en Ourense y Vigo. Mi editorial y yo acordamos incorporar el libro a Amazon para lograr la máxima distribución.
Ha sido muy emocionante la presentación en la Casa de Galicia en Madrid, con un gran lleno. Además, la presencia de hijos de Pablo ha puesto una emoción añadida.
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