En mis más de 50 años de práctica médica he vivido ya varias experiencias muy parecidas a la presente epidemia de infección por coronavirus. Las amenazas extraen de unos seres humanos abnegación y valor, y de otros reacciones irracionales basadas en la desinformación y el miedo.
Emilio Bouza ha sido jefe del Servicio de Microbiología Clínica y Enfermedades Infecciosas del Hospital Gregorio Marañón y catedrático de la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid hasta su jubilación en septiembre de 2017. Actualmente es profesor Emérito por el rectorado de la Universidad Complutense y Emérito Asistencial por el Gobierno de la Comunidad de Madrid. Fundador de la Sociedad Española de Enfermedades Infecciosas y Microbiología Clínica (SEIMC), está considerado el introductor de la moderna Infectología en España.
Los coronavirus son un grupo muy grande de virus, conocidos desde hace medio siglo, que afectan a animales y al hombre, causando infecciones respiratorias, generalmente no graves.
Durante el invierno de 2002, se descubrió un nuevo miembro de la familia como causante de un Síndrome Respiratorio Agudo y Severo (SARS) al que se denominó SARS Coronavirus. El brote de neumonías se dio por extinguido en 2004.
En 2012 se produjo un nuevo brote de infección respiratoria grave, que se originó en Oriente Medio. De nuevo, otro coronavirus (Middle East Coronavirus Syndrome -MERS Coronavirus) fue el agente causal y produjo más de 2.300 casos de los que fallecieron 823.
En diciembre de 2019 se detecta un aumento de casos de infección respiratoria entre las personas que habían visitado un mercado de animales en la ciudad china de Wuhan. La enfermedad, con gravedad variable, se extendió causando, hasta el momento, más de 80.000 afectados, aunque con una mortalidad menor que la descrita en los brotes anteriores. A la enfermedad la denominamos COVID 19 y al virus causante SARS-CoV-2, por su semejanza con el agente de 2002.
La enfermedad se ha propagado ya por más de 20 países, ha penetrado en Europa y en este momento ya existen pacientes españoles infectados que no refieren viajes a áreas con presencia de casos, ni un claro contacto con personas que procedan de dichas áreas.
China, a mi juicio, ha demostrado con esta epidemia que ya es un miembro de pleno derecho de la élite científica universal. Ha detectado con rapidez la existencia del brote, ha secuenciado en tiempo relámpago el genoma del virus causal y se han desarrollado pruebas diagnósticas en un tiempo antes inimaginable. La capacidad de poner en cuarentena a millones de habitantes, para evitar la transmisión, resulta también asombrosa, desde nuestra perspectiva. Finalmente, una vacuna podría ser posible en menos de un año.
Sorprende la baja incidencia del problema en niños y adultos jóvenes. Tampoco sabemos todavía el grado de inmunidad que confiere el haber superado la enfermedad, e ignoramos el comportamiento frente a esta infección de pacientes con enfermedades de base inflamatorias o tumorales.
A mi juicio las autoridades nacionales y autonómicas están actuando con cordura y buen sentido y han demostrado su capacidad de reforzar el sistema sanitario público ante circunstancias como la presente. La epidemia, una vez más, pone de manifiesto la necesidad de una Microbiología e Infectología potentes.
Dicho lo anterior, hay poca excusa para actitudes injustificables. Es triste ver a personas con cuadros de ansiedad comprando mascarillas a precio de oro (o robándolas en los hospitales). Tampoco es edificante el espectáculo del “asalto” a las estanterías de los supermercados, ni las aglomeraciones en los servicios de urgencias. La alarma y la precaución están justificadas, pero el pánico y el desorden jamás.
Creo que las cosas marcharán bien y espero que pronto se resuelvan, pero si la epidemia se extendiera en España, si la transmisión fuese mayor de la esperada, si muchos enfermos tuvieran necesidad de asistencia hospitalaria, tenemos que seguir dando ejemplo de la gran nación que somos. Por esto ya hemos pasado y nada hay nuevo bajo el sol.
EMILIO BOUZA